Por Jesús Chirino
Durante la dictadura se reforzó el discurso de la derecha que plantea un modelo ideológico de la mujer, que era contrariado por aquellas que se animaron a tener voz propia. Esto generó prácticas concretas en diferentes ámbitos, pero en especial, dentro de los centros clandestinos de detención y exterminio de las personas secuestradas por el poder dictatorial
Construcción de la vulnerabilidad
Cualquier análisis acerca de qué pasó durante el período dictatorial, formalmente iniciado durante el mes de marzo de 1976 en Argentina, no puede hacerse sin entender que fue un tiempo en el cual la crueldad estuvo liberada y fue ejercida sin restricciones desde el poder estatal. El terrorismo, llevado adelante por quienes tomaron el poder a la fuerza, subsumió a la ciudadanía en un mundo precario a partir del ejercicio de un poder estatal con carácter omnipresente e irracional. En cualquier momento podía perderse la libertad personal, ser catalogada como persona sospechosa, peligrosa u con otro calificativo que, en el marco de la irracionalidad propia de la violencia estatal, habilitaba medidas violentas de parte de funcionarios de cualquier rango.
Si bien el paroxismo de la precariedad se daba en aquellos seres humanos que, secuestrados, no tenían posibilidad de evitar el daño ejercido desde la crueldad estatal, es claro que, tanto en ese contexto como en la sociedad en general, las mujeres se vieron sometidas a situaciones específicas que afectaron sus derechos humanos de manera diferentes a lo que sufrieron los hombres. Para ejemplificar se puede señalar la violencia de género, la violencia obstétrica, la violencia sexual y las violaciones sexuales. Pero también cómo eran catalogadas las mujeres que no respondían al “molde” sostenido desde el poder político y militar de entonces.
Eran “santas” o “putas”
La dictadura cívico-militar y eclesiástica ejercía una posición ideológica hacia las mujeres que tenía como eje central la exacerbación de los roles estereotipados de género existentes en la sociedad capitalista y patriarcal. Esto llevó a que, en la idea de mujer que promovía, se exaltaran sus funciones reproductivas y domésticas, como madres y esposas, relegándolas al espacio privado. A la vez, se las cargaba con el rol de ser garantes de la unidad de la familia tradicional, la misma que se difundía como “célula básica de la sociedad”.
El concepto de mujer que tenía la dictadura, es decir, ese conjunto de características, acciones, pensamientos y deseos que se le adjudicaban a lo femenino, exacerbaba un modelo dicotómico: “Santa o prostituta”. Es decir, la dictadura, que se proclamaba “occidental y cristiana”, resignificaba el modelo mariano, representado en la Virgen de Luján, contra el modelo de la mujer “guerrillera” que no cumplía con la supuesta esencia femenina y el verdadero rol social adjudicado. Para la dictadura, la mujer que protestaba, reclamaba, participaba en la vida pública con voz propia o integraba algún movimiento armado, no cumplía con su rol de madre vigilante y esposa obediente y abnegada, y de agente promotora de los valores nacionalistas y patriarcales impuestos por el Estado.
Mujeres con voz, sinónimo de peligrosas
En la Escuela de las Américas, lugar donde se instruyeron nuestros dictadores, sostenía que “cuando una mujer era guerrillera, era muy peligrosa… Siempre eran apasionadas y prostitutas, y buscaban hombres”. Estos preconceptos estaban muy arraigados en quienes ejercían la crueldad, de allí que cuando secuestraban a una mujer era “normal” que la insultaran diciéndole “puta” o “locas” (como fueron tildadas las propias Madres de Plaza de Mayo, que pedían por sus hijos desaparecidos).
Para el poder de entonces, quienes rompían con su idea de mujer eran malas madres, malas esposas, malas mujeres, no se sometían a la autoridad masculina y las consideraban liberadas sexualmente (cuestión que veían como amenazante). Todo lo contrario a lo sostenido desde la moral católica, que planteaba un tipo de mujer heteronormativa, monogámica, reducida a la vida privada y a funciones de cuidado y de reproducción, siempre sometida a la autoridad masculina.
Roberto Viola, entonces jefe del Estado Mayor del Ejército, en 1976, aprobó las “Instrucciones para Operaciones de Seguridad”. En ese documento se sostiene que “el personal femenino podrá resultar tanto o más peligroso que el masculino, por ello en ningún momento deberá descuidarse su vigilancia […]. El personal militar no deberá dejarse amedrentar por insultos o reacciones histéricas”. Aquellas que escapaban del concepto de mujer que tenía la ideología de la dictadura no solo eran consideradas peligrosas, sino que también se las veía como transgresoras que encarnaban una ruptura con los roles de género tradicionales.
En el marco de esta concepción de la mujer, que privilegiaba su rol reproductor, en 1977 se promulgó el Decreto Nacional Nº 3.938, que dispuso los “Objetivos y Políticas Nacionales de Población”. En esa pieza legal se señala que “el bajo crecimiento demográfico y la distorsionada distribución geográfica de la población constituyen obstáculos para la realización plena de la Nación, para alcanzar el objetivo de ‘Argentina-Potencia’, para salvaguardar la Seguridad Nacional.” También se estableció otorgar incentivos para la protección de la familia y la eliminación de las actividades que promovían el control de la natalidad. Este es un ejemplo de cómo la concepción de mujer se puede visualizar en distintas acciones del Gobierno de entonces.
Para las mujeres, prácticas crueles específicas
En las prácticas de torturas llevadas adelante por el terrorismo de Estado se incluyeron objetivos y métodos específicos de “disciplinamiento de género”. Es decir que la violencia que se ejerció contra las mujeres tuvo características específicas. Quizás una de las más crueles fue la violencia sexual, ejercida con gran brutalidad. Esto no quiere decir que los hombres no sufrían la crueldad ni que ninguno de ellos fue objeto de violación sexual, lo que se pretende señalar es que esas mismas acciones, desde lo simbólico, operaban distinto según el género. En el caso de los varones, tenía como objetivo la destitución de la masculinidad del “enemigo” y convertirlo en subordinado. Pero en el caso de las mujeres, simbólicamente, operaba como la ocupación de su “territorio”, un ejercicio despótico de la soberanía del vencedor.
Dentro de la atroz tecnología disciplinadora del sistema de encierro del poder dictatorial existió, como elemento constituyente de la misma, la dimensión de penalización de la condición de género y sexual. Las violaciones de mujeres prisioneras y detenidas-desaparecidas en los centros clandestinos fue una forma específica y generalizada de tortura, que se constituyó en una “política institucional de género” de la dictadura. Estas acciones atroces corrían a la par del discurso dominante que reforzaba los roles tradicionales de género que se promovía desde el Estado, el sistema educativo, la Iglesia y los medios de prensa.
Más allá de los nostálgicos de aquellos tiempos, es claro que, en la sociedad argentina, los discursos que acompañaron estas prácticas atroces perdieron legitimidad. Pero igual es importante recordar que, contrariando las evidencias científicas y el avance de los derechos de las mujeres, aún subsisten quienes pretenden revitalizar esos discursos que plantean la visión estereotipada de la mujer que promovía la dictadura. Es claro que no son solo palabras, sino que esos discursos terminan promoviendo acciones.
Fuente: https://www.eldiariocba.com.ar/locales/2025/3/9/homenaje-un-querido-dirigente-128792.html
Fotos tomadas en la Marcha del Día Internacional de la Mujer en Santiago de Chile
Fotos: Pablo Ruiz